LAS SIETE VÍAS DE LA TORÁ
Rabí Abraham Abulafia (*)
“El nombre del Eterno es una torre fortificada, el justo que en él se refugia no lo alcanza ningún daño” (Proverbios 18,10)
“La palabra del Señor es infalible, y el escudo de cualquiera que en él espera” (Salmos 1 8,31)
He, He y Yod son las causas de toda causa, es porque el Príncipe las ha bajado hasta la fuente. Que el hombre las tema y tiemblen sus rodillas cuando se encuentre en su presencia. Que se inviertan las fuerzas, que el corazón generoso no se duerma y goce del mundo por venir. He hace subir un vapor parecido al que exhala el fuego del horno. ¡Amén! ¡Y que bendito sea su gran Nombre! Exaltad al Señor conmigo, juntos celebraremos su nombre. Pues es el nombre del Eterno que proclamo; rendid homenaje a nuestro Dios. Siete son los ojos del Nombre que dirigen la luz de su Torá. ¡Tú, que tienes la perfecta inteligencia, levántate y búscalos, y planta Su temor en tu corazón! Tú, que eres inteligente, abre el ojo de tu corazón para ver la Torá verdadera, cuyo nombre es “fuente de verdad”. Inscríbelas en la sangre y que sean prueba y signo. Sem, hermano de Jafet, revela Su misterio. Alabaré al Eterno con todo mi corazón, dentro del círculo de los justos, en la asamblea. La doctrina del Eterno es perfecta, reconforta el alma. El testimonio del Eterno es verídico, Él da la sabiduría al simple. Los preceptos del Eterno son rectos, alegran el corazón. El mandamiento del Eterno es claro, ilumina los ojos.
Lo primero en hacer es juntar toda la comunidad, tanto al sabio como al ignorante, luego desvelar al primero todo el misterio del ibur y de ocultar al segundo la forma del tabur y dar así a cada uno de ellos lo que les conviene. Se trata de entregar la llave que abre las puertas a unos, y de retirar a los otros lo que detentan. De tal manera que aquél que es digno reciba su parte, conforme a lo que debe retornarle, y que remedie sus flaquezas para que al fin lo que es justo le testimonie en su favor. Al contrario, que la lengua del hombre indigno se pegue a su paladar, pues no ha sabido el valor de lo que tenía; no ha rechazado el yugo de su rey, ni en Egipto ni en Acre; delante de Baal ha doblado la rodilla y a la mentira ha consagrado sus libaciones. En cuanto aquel que se encuentra a medio camino entre estos dos extremos, que se remita a la vía recta, pues, a los ojos de todo hombre debería estar claro que la Torá, llamado “Libro de la Rectitud”, “es un árbol de vida para aquellos que se hacen maestros”, y que “sujetarse a él es asegurarse la felicidad”. Los cabalistas han aprendido del “Libro de Raziel” que la palabra meuchar tiene el mismo valor numérico que la de Israel. Por ella será conocido todo lo que fluye de las vías secretas de los mandamientos, y en ella se religarán deseos, placeres, enseñanzas, pensamientos, creencias y esperanzas. También conviene dar a conocer a los fundadores de escuelas de todos los lugares todo lo que se relaciona a las letras y a las palabras. Estas últimas, en efecto, instruyen sobre lo real bajo todas sus especies -masculino y femenino, singular y plural- y permiten distinguir entre el bien y el mal, entre ideas verdaderas e ideas falsas. Es todo esto lo que revelan las siete vías de la Torá, que contienen todas las ciencias bajo sus setenta faces (o sentidos), selladas por todas las demás lenguas y naciones. Estas cuestiones se abordarán en la carta que sigue, ¡que esto sea para vosotros como un memorial y un precioso depósito!
Tales son las siete vías de la Torá: La primera vía consiste en una lectura y una comprensión literal de la Torá, pues ningún texto escriturario debe separarse de su sentido primero. Es así como la Torá debe presentarse a la multitud del pueblo, hombres, mujeres y niños. Cada uno sabe que todo ser humano, en los primeros tiempos de su existencia, durante su infancia y su primera juventud, forma parte de esta multitud. Por consiguiente, algunos estudian mientras que otros permanecen sin ninguna instrucción ni ningún conocimiento del alfabeto. Sin embargo, es de todos que se dice: el hombre de cabeza hueca puede hacerse inteligente, y dejando de ser un asno salvaje nacer a la dignidad humana. De ahí resulta la obligación de transmitir algún saber mínimo a aquél que permanece iletrado, de manera a inducirlo a creer por tradición, procurando que se mueva en la esfera que le conviene y que es la literalidad, de manera que parezca estar instruido y que se apegue a lo que ha recibido como lo haría aquél que hubiera estudiado el sentido literal de la Torá, con el fin de mantenerlo en los límites de esta primera vía.
La segunda vía consiste en una comprensión del texto apoyándose sobre múltiples interpretaciones, englobando la esfera de la literalidad y envolviéndola por todos lados. Así hacen la Mishná y el Talmud cuando explicitan el sentido literal de la Torá. A ello se refiere, por ejemplo, la circuncisión del corazón. La Torá prescribe, en efecto, circuncidar este órgano, tal como se dice: “y circuncidaréis el prepucio de vuestro corazón”. Literalmente es imposible cumplir nunca este mandamiento; es porque exige una interpretación cuyo principio se encuentra en el hecho que las palabras: “y el Eterno, tu Dios, circuncidará tu corazón” aparecen poco después de que haya sido dicho: “y tu retornarás al Eterno, tu Dios”. Circuncidar su corazón viene a tomar así el camino (y el sentido) de retorno hacia Dios, bendito sea. La circuncisión del niño de ocho días en nada se parece a eso, pues es imposible comprenderla como un arrepentimiento, tal y como se piensa de los incircuncisos de corazón y de la carne. Es porque la circuncisión del recién nacido debe ser tomada necesariamente en sentido estricto, y presenta numerosas ventajas, algunas de las cuales han sido reveladas gracias a Dios.
La tercera vía consiste en una inteligencia de la Escritura que se apoya en los Drachot -sermón- y en los Hagadoth -relato-. Esta última esfera de interpretación engloba las dos primeras hallándose un ejemplo de este tipo de aproximación en las siguientes palabras de nuestros Maestros (bendita sea su memoria), “¿Porqué no se dice en el segundo día que Dios consideró que su obra era buena?” Porque la creación del mundo acuático no estaba acabada. Exégesis de este tipo pertenecen a la tercera vía; se trata del método del Drach, llamada así porque permite cuestionar el texto y buscar y rebuscar el sentido, y luego exponer en público los resultados. Para nombrar este trabajo de interpretación se ha utilizado también los términos de Agadá o Hagadá, que designan por un lado el Targum -explicación del texto-, que sabe atraer los corazones al recto camino, y por otro los relatos agradables que un auditor escucha ávidamente.
La cuarta vía conduce a la interpretación de las parábolas y las alegorías que se encuentran en todos los libros. Es en ese estadio que algunos individuos empiezan a distinguirse de la muchedumbre. En efecto, el vulgo comprenderá estos pasajes según una u otra de las tres aproximaciones mencionadas: se mantendrá en su significación literal, hará la exégesis o las tomará como drachot. Sólo algunos individuos entenderán que se trata de alegorías y buscarán descifrarlas; intentarán entonces resolver algunos problemas de homonimia de los que el Guía -Maimónides- ha dado clara cuenta.
La quinta vía es la única que lleva a las enseñanzas cabalísticas contenidas en la Torá. Las cuatro vías mencionadas antes de ésta, están abiertas a todas las naciones; el pueblo no tiene acceso más que a las tres primeras; los eruditos a la cuarta. En verdad es con este quinto estadio que comienza la ciencia cabalística propiamente israelita. Y es por esta quinta vía que se distingue de la humanidad en su conjunto, sabios de las naciones y los mismos sabios rabinos de Israel, estos últimos no accediendo sino a las tres primeras esferas mencionadas y a la interpretación alegórica. Es por este camino que se descubre, por ejemplo, lo que la Torá ha querido enseñarnos por el hecho de empezar con una Bet como primera letra (de la palabra) Bereshit -segunda letra, “en el principio”-, más grande que de ordinario. Se aprende por qué veintidós letras mayúsculas aparecen en todo y por todos los veinticuatro libros de la Escritura. Por qué la Het -octava letra, H ó J- de vehará debe presentarse bajo la forma parecida a la letra omega griega; por qué las dos Nun (n) que encuadran los versículos 35 y 36 del capítulo 10 de los “Números” se presentan así: como dos eles curvadas. Muchas otras cosas del mismo género nos han sido transmitidas por Tradición -Cábala-: así como lo que se debe saber de las grafías plenas y deficientes, de las letras enrolladas y las letras encorvadas, etc. De la significación de todo este tipo de cuestiones nada se ha revelado a ninguna nación, si no es a nuestro santo pueblo, y quien sigue la vía de los gentiles se burlará, pues se imaginará que estos problemas de grafía carecen de significado. Se inducen a error y mucho se equivocan quienes comparten este punto de vista. En revancha, quienes han comprendido la realidad de estas cuestiones, han percibido la importancia y comprendido que estos misterios son santos. Esta quinta vía no es más que el comienzo de la ciencia general de la combinación de las letras, y no son dignos sino los que temen al Cielo y reverencian el Nombre de Dios.
La sexta vía es de una profundidad aún mayor, ¿quién sabría seguirla?, pues de ella se dice: “Es más extensa en longitud que la tierra, más vasta que el océano”. No conviene sino a los que se aíslan en su voluntad de aproximarse al Nombre, de manera que su acción sea perceptible en ellos mismos. Se trata de aquellos cuya actividad viene a asociarse a la del Intelecto Agente -Espíritu Santo-. Esta sexta vía lleva el secreto de las setenta lenguas por el método de la Gematría -valor numérico de letras y palabras- y de la combinación de las letras que permite devolver las letras a su materia primera, por una evocación y una meditación sobre la vía de los diez Sefiroth belimá (supraesenciales) cuyo secreto es santo. En efecto, toda cosa santa viene por decena, nunca menos: Moisés ha subido diez veces por lo menos, la Shekinah ha descendido diez veces por lo menos, el mundo ha sido creado en diez palabras, la Torá ha sido dada en diez mandamientos. Esta idea está atestiguada por gran número de otras decenas de este género. Además de la Gematría esta sexta vía recurre a diferentes técnicas: el Notarikon, las permutaciones y sustituciones de letras. Estas últimas pueden operarse una, dos, tres y hasta diez veces consecutivas.Y si uno se detiene ahí no es más que por concesión a la debilidad del pensamiento humano, pues en teoría, estas sustituciones pueden multiplicarse indefinidamente. Ellas se parecen así a las criaturas cuyo número y variedad son infinitos. En efecto, aunque su materia sea una, sus formas varían y se suceden, desapareciendo una para ceder su lugar a otra. El carácter propio de esta sexta vía no se acomoda mucho a la opinión que Abraham ben Ezra expresa en su Comentario de la Torá con respecto de la gematría del nombre de Eliézer. El valor numérico de este nombre, en efecto, es 318; por esta razón hay que aproximarse al siguiente versículo: “Al oír Abram que a su hermano lo habían hecho cautivo, movilizó la tropa de gente nacida en su casa -parientes o fieles- en número de trescientos dieciocho, y persiguió a aquellos hasta Dan”. Allí donde se lee “sus fieles” (o parientes) debe comprenderse “su fiel”, a saber, Eliézer mismo; Ben Ezra rechaza esta exégesis diciendo que la Torá no hace gematría, en cuyo caso sería posible sacar no importa qué de una palabra (lit.: en cuyo caso, se podría hacer de un bien un mal y de un mal un bien). Yo no creo que esta cuestión haya escapado a Ibn Ezra, es muy posible, por contra, que se haya expresado así para ocultar estos misterios; sería legítimo, como decíamos al respecto de las tres primeras vías. En efecto, su libro se dirige al vulgo, aparte de algunos pasajes donde el autor cuida en precisar que se trata de un misterio que sólo el hombre cultivado comprenderá y que sólo, si es digno, discernirá. Me inclino más bien a ver las cosas bajo este ángulo después de consultar el Comentario de Ibn Ezra sobre el Libro de la Creación y del Libro del Nombre. Siguiendo esta vía terrible y reverencial es que, en efecto, se adquiere en parte el conocimiento del Tetragramma -nombre divino inefable-.Y es a ella que alude el Libro de la Creación, el capítulo 20, donde se dice que los elementos fundamentales, las veintidós letras del alfabeto, se reparten en tres letras madres (Alef-Mem-Shin), siete dobles (Beth-Guimel-Daleth-Kaf-Pe-Resh-Tau) y doce simples (He-Vau-Zain-Heth-Teth-Yod-Lamed-Nun-Sameck-Ain-Tsade-Kof), y que estas 22 letras fueron grabadas, talladas, pesadas, permutadas y combinadas de manera que por ellas fueran constituidas las almas de todas las criaturas presentes y por venir.
En cuanto a la séptima vía, es única en su género y contiene todas las demás: ella es el lugar por excelencia de lo sagrado y engloba las otras; aquél que la penetra percibe el Logos divino (la Palabra) que, surgido del Intelecto Agente, viene a afectar la facultad racional del hombre. Este Logos, en efecto, es una sobreabundancia del Nombre (bendito sea) que, pasando por el intermediario del Intelecto Agente, llega a la facultad racional. Así lo ha explicado el maestro (Maimónides, bendita sea su memoria) en el capítulo 36 de la segunda parte de la Guía. Esta vía lleva a la esencia misma de la profecía auténtica, da los medios a una aproximación de la quididad (el qué o el quién) del Nombre único, a este ser único que es el profeta entre los hombres. No conviene aquí describir precisamente esta séptima vía, que es dos veces santa. Pues no es posible transmitir el conocimiento del Nombre de 42 letras y del Nombre de 72 letras a aquél que desea adquirirlo si no es de viva voz, ni de comunicar ninguna tradición de otro modo al respecto, cuando no se tratara más que de principios de base. Es la razón por la cual prefiero ser muy breve sobre este punto, como conviene en este tipo de materias. Tales son las siete vías en las cuales la Torá está toda entera contenida.
(*) Texto extraído de la revista Letra y Espíritu, nº 5, Encarte Editorial. El texto está traducido de “L´epitre des sept voies”, Editions de L´eclat, París, 1985, escrito por Jean Christophe Attias. La traducción al castellano es obra de Manuel Plana.