Brit milah (Circuncisión)
Es
la más antigua de las costumbres judías ya que tiene casi cuatro mil años de
existencia. Brit milá significa, “pacto de la palabra o de la circuncisión”.
Consiste en la remoción del prepucio mediante un corte circular. Se quita el
prepucio (en hebreo: orla) “Este
es Mi pacto que habréis de guardar entre Mí y vosotros, y entre tu simiente
después de ti: que sea circuncidado cada varón entre vosotros.
Silla de Elias
De edad de ocho días será circuncidado todo varón
por vuestras generaciones... (Génesis XVII: 10 al 14).
Este
es el pacto que selló Dios con Abraham por todas las generaciones que para el
judío tiene el carácter de alianza con el Eterno.
Según Maimónides, el Brit Milá es un símbolo de la noción de
sacrificio y la necesidad de dar algo de uno mismo. Desde los primeros días
aprendemos que la vida requiere de renunciamientos, de ofrendas, de dolor y de
sufrimiento.
Como hemos señalado, el prepucio en hebreo se llama orla. La
literatura jasídica tomó esta imagen como parábola y nos habla de que a veces
tenemos orla en el corazón, lo que nos hace insensibles. La teshuvá
(arrepentimiento) exige que nos saquemos la orla del corazón. Según el
jasidismo, el segundo recubrimiento del corazón sólo se removerá cuando venga
el Mashiaj.
Esta operación
se realiza en el octavo día desde su nacimiento. Una de las explicaciones para
estos 8 dias, es que uno más siete
simboliza la soberanía del Todopoderoso sobre el universo. Además, los tzizit
del talit tienen ocho flecos y se encienden ocho velas en Jánuca. Otros opinan
que la razón de los ocho días es para que haya vivido por lo menos un Shabat
antes o al momento de la circuncisión.
Esta costumbre puede realizarse aún en Shabat y hasta en el Iom Kipur La ceremonia se
realiza en la casa de los padres del bebé, de sus parientes, en un salón o en
la sinagoga.
Participan de la
ceremonia el Mohel, el Sandak y los padres. El Sandak (padrino) coloca al niño
entre sus piernas, ayudando de este modo al Mohel.
Una silla permanece vacía, es la dedicada al profeta Elías
(Eliahu Hanaví . El nombrar así al
sillón tiene su explicación: el profeta Elías vivía en tiempos del Rey Ajab.
Muchos se habían desviado de las enseñanzas y preceptos de la ley de Moisés en
aquellos días. En cierta ocasión, menciona el profeta que "los hijos de
Israel abandonaron tu pacto". Para que el profeta vea que los judíos no
abandonaron el pacto -el Brit- se lo invita a cada ceremonia de circuncisión,
llamándose al sillón del sandak "del profeta Elías".
El prepucio que se recorta se entierra en la tierra de una maceta. Después de unas
oraciones el Mohel dice una Berajá y le coloca un nombre judío al niño, luego
bebe vino y le da una gota al recién nacido. Los padres también beben de la
misma copa, y el bebé ya circuncidado es devuelto a su madre.
Es una Mitzvá
que la ceremonia finalice con una fiesta familiar y social.
El Brit milah , según la Torá, se realiza únicamente de día, desde la
salida hasta la puesta del sol, tenga el bebe 8 o más días.
La
circuncisión de Jesucristo
El
evangelista Lucas cuenta cómo se cumplió esta ley a los ocho días del
nacimiento de Jesús; en un acto en que también le pusieron por
nombre Jesús, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuera
concebido durante el episodio de la anunciación. Lucas dice: “Cuando
se hubieron cumplido los ochos días para circuncidar al Niño, le dieron el
nombre de Jesús, impuesto por el ángel antes de ser concebido en el seno".
En los evangelios apócrifos como el “Evangelio
árabe de la infancia”, se narra cómo tras la circuncisión de Jesús,
la matrona de María guardó el prepucio en una jarra de alabastro llena de nardos, un conservante, y se la dio a su hijo, perfumista
de profesión pidiéndole que guardase bien la jarra.
Sobre
este asunto la Beata Ana Catalina Enmerick nos cuenta: “José preparó en la gruta la lámpara del sábado con las siete mechas;
la encendió y colocó debajo de ella una pequeña mesa con los rollos que
contenían las oraciones. Bajo esta lámpara celebró el sábado con la Virgen
Santísima y la criada de Ana. Se hallaban allí dos pastores, un poco hacia
atrás en la gruta, y algunas mujeres esenias. Hoy, antes de la fiesta del sábado,
estas mujeres y la sirvienta prepararon los alimentos…… Hoy he visto a varias personas
que acudieron a la Gruta del Pesebre, y por la noche, después de la terminación
de las fiestas del sábado, vi que las mujeres esenias y la criada de Ana preparaban
comida en una choza construida de ramas verdes, que José, con la ayuda de los
pastores, había levantado a la entrada de la gruta. Había desocupado la
habitación a la entrada de la gruta, tendido colchas en el suelo y arreglado
todo como para una fiesta, según le permitía su pobreza. Dispuso así todas las
cosas antes del comienzo del sábado, pues el día siguiente era el octavo
después del nacimiento de Jesús, cuando debía ser circuncidado de conformidad
con el precepto divino. Al caer la tarde José fue a Belén y trajo consigo a
tres sacerdotes, un anciano, una mujer y una cuidadora para esta ceremonia.
Tenía esta un asiento, del que se servía en ocasiones parecidas y una piedra
octogonal chata y muy gruesa, que contenía los objetos necesarios. Todo esto
fue colocado sobre esteras donde debía tener lugar la circuncisión, es decir en
la entrada de la gruta.
Circuncisión de Barocci en el Louvre
“Ardían varias lámparas en la gruta. Durante la noche se
rezó largo tiempo y se entonaron cánticos. La ceremonia de la circuncisión
tuvo lugar al amanecer. María estaba preocupada e inquieta. Había dispuesto
por sí misma los paños destinados a recibir la sangre y a vendar la herida, y
los tenía delante, en un pliegue de su manto. La piedra octogonal fue cubierta
por los sacerdotes con dos paños, rojo y blanco, este encima, con oraciones y
varias ceremonias. Luego uno de los sacerdotes se apoyó sobre el asiento y la
Virgen que se había quedado envuelta en el fondo de la gruta con el Niño Jesús
en brazos, se lo entregó a la criada con los paños preparados. José lo recibió
de manos de la mujer y lo dio a la que había venido con los sacerdotes. Esta
mujer colocó al Niño, cubierto con un velo, sobre la cobertura de la piedra
octogonal. Recitaron nuevas oraciones. La mujer quitó al Niño sus pañales y lo puso
sobre las rodillas del sacerdote que se hallaba sentado. José se inclinó por
encima de los hombros del sacerdote y sostuvo al Niño por la parte superior del cuerpo. Dos
sacerdotes se arrodillaron a derecha e izquierda, teniendo cada uno de ellos
uno de sus piececitos, mientras el que realizaba la operación se arrodilló
delante del Niño.
Descubrieron la piedra octogonal y levantaron la placa
metálica para tener a mano las tres cajas de ungüento; había allí aguas para
las heridas. Tanto el mango como la hoja del cuchillo eran de piedra. El mango
era pardo y pulido; tenía una ranura por la que se hacía entrar la hoja, de
color amarillento, que no me pareció muy filosa. La incisión fue hecha con la
punta curva del cuchillo. El sacerdote hizo uso también de la uña cortante de
su dedo. Exprimió la sangre de la herida y puso encima el ungüento y otros
ingredientes que sacó de las cajas. La cuidadora tomó al Niño y después de
haber vendado la herida lo envolvió de nuevo en sus pañales. Esta vez le fueron
fajados los brazos que antes llevaba libres y le pusieron en torno de la
cabeza el velo que lo cubría anteriormente. Después de esto el Niño fue puesto
de nuevo sobre la piedra octogonal y recitaron otras oraciones.
El ángel había dicho a José
que el Niño debía llamarse Jesús; pero el sacerdote no aceptó al principio ese
nombre y por eso se puso a rezar. Vi entonces a un ángel que se le aparecía y
le mostraba el nombre de Jesús sobre un cartel parecido al que más tarde estuvo
sobre la cruz del Calvario. No sé en realidad si el ángel fue visto por él o
por otro sacerdote: lo cierto es que lo vi muy emocionado escribiendo ese
nombre en un pergamino, como impulsado por una inspiración de lo alto. El Niño
Jesús lloró mucho después de la ceremonia de la circuncisión. He visto que
José lo tomaba y lo ponía en brazos de María, que se había quedado en el fondo
de la gruta con dos mujeres más. María tomó al Niño, llorando, se retiró al
fondo donde se hallaba el pesebre, se sentó cubierta con el velo y calmó al
Niño dándole el pecho. José le entregó los pañales teñidos en sangre. Se
recitaron nuevamente oraciones y se cantaron salmos. La lámpara ardía, aunque
había amanecido completamente. Poco después la Virgen se aproximó con el Niño y
lo puso en la piedra octogonal.
Los sacerdotes inclinaron hacia ella sus manos
cruzadas sobre la cabeza del Niño, y luego se retiró María con el Niño Jesús.
Antes de marcharse los sacerdotes comieron algo en compañía de José y de dos
pastores bajo la enramada. Supe después que todos los que habían asistido a la
ceremonia eran personas buenas y que los sacerdotes se convirtieron y
abrazaron la doctrina del Salvador. Entre tanto, durante toda la mañana se
distribuyeron regalos a los pobres que acudían a la puerta de la gruta.
Mientras duró la ceremonia el asno estuvo atado en sitio aparte.
Hoy pasaron por la puerta
unos mendigos sucios y harapientos, llevando envoltorios, procedentes del Valle
de los Pastores: parecía que iban a Jerusalén para alguna fiesta. Pidieron
limosna con mucha insolencia, profiriendo maldiciones e injurias cerca del
pesebre, diciendo que José no les daba bastante. No supe quiénes eran, pero me
disgustó grandemente su proceder. Durante la noche siguiente he visto al Niño a
menudo desvelado a causa de sus dolores, y que lloraba mucho. María y José lo
tomaban en brazos uno después de otro y lo paseaban alrededor de la gruta
tratando de calmarlo”.
Pila bautismal de pórfido rosa de la Catedral de Magdeburgo
Consideraciones
simbólicas
Me parece encontrar ciertos detalles en esta descripción que merecen nuestra atención, me referiré al hecho de ser colocado sobre
una piedra octogonal, que esta piedra sea cubierta con dos lienzos uno blanco y
otro rojo y que tanto el mango como la hoja del cuchillo fueran de piedra.
Sobre
el hecho de que la piedra sea octogonal nos recuerda, además de los ocho dias
preceptivos, a los baptisterios
cristianos tradicionales que tienen ocho lados. Esta forma octogonal simboliza los "ocho días". Este
es el tiempo para la Resurrección de Cristo, que sobrepasa nuestra semana de
siete días. Generalmente el número ocho representado por un octógono, simboliza
la figura intermedia entre el cuadrado (orden terrestre) y el circulo (orden
celeste), por lo tanto es símbolo de regeneración, del paso de lo que es
contingente a lo que es eterno.
Los paños rojo y
blanco pudieran hacer alusión a lo que
dicen los profetas parece que identificaban la situación de pecado con
el
color rojo: "así fueren vuestros pecados como la grana,
quedarán
blancos cual la nieve, y así fueren rojos como el carmesí, cual
la lana
quedarán" (Isaías 1,18). De alguna manera podría
representar, como entre el cuadrado y el círculo, el paso del hombre de Tierra al hombre del Cielo.
Sobre
el asunto del cuchillo de piedra, merece la pena hacer un repaso a su
significado y a su pérdida, que independientemente de su practicidad, apreciamos
en la actualidad.
Existen artes y
oficios que expresan más la tendencia a la «solidificación», nos referimos a
los que implican una actividad que se ejerce sobre el reino mineral. De alguna
manera pertenecen propiamente a los pueblos sedentarios, y que, como tales,
estaban prohibidos por la ley tradicional de los pueblos nómadas, de la cual la
ley hebraica representa el ejemplo más generalmente conocido; es evidente que
esas artes alcanzan efectivamente su grado más acentuado en el mineral mismo.
Por lo demás, este mineral, bajo su forma más común que es la de la piedra,
sirve ante todo para la construcción de edificios estables.
Cuchillo de silex y mango de asta
Es obvio que las
artes que tienen como objeto el mineral comprenden también la metalurgia bajo
todas sus formas; ahora bien, si se observa que, en nuestra época, el metal
tiende cada vez más a sustituir a la piedra misma en la construcción, como la
piedra había sustituido antaño a la madera, se estará tentado de pensar que
debe haber en eso un síntoma característico de una fase más «avanzada» en la
marcha descendente del ciclo; y
así vemos que el metal juega un papel siempre creciente en la
civilización moderna «industrializada» y «mecanizada», y eso tanto desde el
punto de vista destructivo, si se puede decir, como desde el punto de vista
constructivo.
Estos apuntes concuerdan con la
particularidad que encontramos en la tradición hebraica: las piedras estaban
permitidas en determinados casos tales como la construcción de un altar, no
obstante estaba especificado que esas piedras debían estar «enteras» y «no
tocadas por el hierro» (Deuter. 27-5).
La prescripciónn recae menos sobre el hecho de no trabajar la piedra que
sobre el de no emplear en ello el metal; así pues, la prohibición concerniente
al metal era más rigurosa, sobre todo para todo lo que estaba destinado a un
uso más especialmente ritual. Rastros de esta prohibición subsistieron incluso
cuando Israel hubo dejado de ser nómada y construyo o hizo construir edificios
estables: cuando se edificó el Templo de Jerusalem, «las piedras fueron traídas
todas tales como debían ser, de suerte que, al edificar la casa, no se oyó ni
martillo, ni hacha, ni ningún útil de hierro» (IReyes. 6-7).
Ante esto es necesario no olvidar que la metalurgia
tiene a la vez un aspecto «sagrado» y un aspecto «execrado», y, en el fondo,
estos dos aspectos proceden de un doble simbolismo inherente a los metales en
sí mismos.
Podemos suponer que las
influencias metálicas, si se las toma por el lado «benéfico» utilizándolas de
una manera verdaderamente «ritual» en el sentido más completo de esta palabra,
son susceptibles de ser «transmutadas» y «sublimadas», e incluso, entonces,
pueden devenir tanto mejor un «soporte» espiritual cuanto que lo que está en el
nivel más bajo corresponde, por analogía inversa, a lo que está en el nivel más
elevado; todo el simbolismo mineral de la alquimia está fundado en definitiva
sobre esto. En este contexto podemos recordar los tres clavos de Cristo, así
como la lanza de Longinos.
Para
completar esta apercepción, precisaremos
en referencia al lado
«maléfico» de la influencia de los metales, la prohibición frecuente de llevar
sobre sí objetos metálicos durante el cumplimiento de algunos ritos, y aunque estas prescripciones tienen ante todo un carácter
simbólico, tienen también un alcance efectivo.
En
relación a esto, a la común relación entre el anillo nupcial y el prepucio, como vemos en los testimonios de Santa Catalina de Siena. Podemos seguir con los relatos de Ana Catalina Enmerick; estos no dejan de sorprendernos, pues en otra parte comenta una característica curiosa sobre el anillo nupcial de María en sus
desposorios con S. José: “He visto que el anillo nupcial de María no es de oro ni de plata ni de
otro metal. Tiene un color sombrío con reflejos cambiantes. No es tampoco un
pequeño círculo delgado, sino bastante grueso como un dedo de ancho. Lo vi todo
liso, aunque llevaba incrustados pequeños triángulos regulares en los cuales
había letras. Vi que estaba bien guardado bajo muchas cerraduras en una hermosa
iglesia. Hay personas piadosas que antes de celebrar sus bodas tocan esta
reliquia preciosa con sus alianzas matrimoniales.
En
estos últimos días he sabido muchos detalles relativos a la historia del anillo
nupcial de María; pero no puedo relatarlo en el orden debido.
He
visto una fiesta en una ciudad de Italia donde se conserva este anillo. Estaba
expuesto en una especie de viril, encima del tabernáculo. Había allí un gran
altar embellecido con adornos de plata. Mucha gente llevaba sus anillos para
hacerlos tocar en la custodia.